miércoles, 17 de septiembre de 2008

fabulas chinas


MARCANDO LA BARCA PARA LOCALIZAR LA ESPADA

 

Un hombre del Reino de Chu cruzaba un río cuando se le cayó la espada al agua. Al momento hizo una marca al costado de la barquilla.

         - Aquí fue donde cayó mi espada – dijo.

         Cuando la barca atracó se sumergió en el agua para buscar su espada, bajo el punto que había marcado. Pero como la barca se había movido y la espada no, el método para localizar la espada resultó ineficaz.

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LA CURA

 

Ju era un célebre médico del Reino de Qin. Había operado de un tumor al rey Xuan, y cuidado las hemorroides del rey Hui. A ambos los había mejorado. Un tal señor Zhang, que padecía de un tumor en la espalda, rogó a Ju que lo curara.

         - ¡Ahora esta espalda ya no me pertenece, cuídela como a usted le dé la gana, doctor! – dijo al facultativo. Ju lo trató y lo sanó.

         Es indudable que Ju era excelente en el arte de curar, pero la plena confianza que Zhang le manifestara fue también un factor importante en esta mejoría.

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EL LADRÓN DE POLLOS

 

Había una vez un hombre que robaba cada día un pollo a sus vecinos.

         - Es malo robar – le advirtió alguien.

         - Voy a enmendarme – prometió el ladrón de pollos –. Robaré un pollo al mes, desde ahora; y ninguno desde el próximo año.

         Si él sabía que estaba cometiendo una mala acción debió haberse corregido de inmediato, ¿por qué esperar otro año?

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EL PRÍNCIPE Y SU ARCO

 

El príncipe Xuan era aficionado a disparar flechas y le agradaba que le dijeran que era un arquero fuerte. Pero la verdad era que no podía tender un arco que pesara más de treinta libras. Cuando mostraba su arco a sus acompañantes, éstos simulaban tratar de arquearlo, pero lo hacían sólo hasta la mitad de su extensión.

         - ¡Debe pesar por lo menos noventa libras! – exclamaban todos –. Nadie, salvo Su Alteza, puede manejar un arco así.

         Y esto llenaba al príncipe de satisfacción.

         Aunque tendía un arco de sólo 30 libras, hasta el fin de su vida creyó que éste pesaba 90. Eran 30 de hecho y 90 de nombre. Por mantener fama inmerecida, el príncipe dejó la verdad por el camino.

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LA CARPA EN EL CARRIL SECO

 

Zhuang Zhou no tenía dinero. Un día fue a ver al Marqués Guardador del Río para pedirle prestado un poco de grano.

         - Está muy bien – dijo el marqués –. Pronto habré recogido los impuestos de mi feudo; entonces le prestaré trescientas monedas de oro. ¿Qué le parece?

         Zhuang Zhou, muy indignado, le contó esta historia: Cuando ayer venía hacia acá oí una voz que me llamaba; mirando en torno vi una carpa tendida en un carril seco del camino.

         - ¿Qué le pasa, carpa? – le pregunté.

         - Soy oriunda del Mar del Este – contestó –. ¿No tiene Ud. un cubo de agua para salvar mi vida?

         - Muy bien – le dije –. Muy pronto visitaré a los príncipes Wu y Yue, en el Sur, y le haré llegar el agua del Río del Oeste. ¿Qué le parece?

         La carpa se indignó muchísimo.

         - Estoy fuera de mi elemento habitual – dijo –, y no tengo donde residir. Un cubo de agua me salvaría, pero Ud. no me da sino promesas inútiles. Pronto tendrá que buscarme en la pescadería.

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EL PÁJARO VÍCTIMA DE LA BONDAD

 

Una gaviota descendió en un suburbio de la capital de Lu. El marqués de Lu le dio la bienvenida y la festejó en el templo, disponiendo para ella la mejor música y los más importantes sacrificios. Pero el ave estaba aturdida y parecía bien triste, no atreviéndose a tragar un bocado de carne o una sola copa de vino. Al cabo de tres días, murió.

         El marqués de Lu agasajó a la gaviota como a él le gustaba ser agasajado y no como a ella le habría gustado.

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EL SEÑOR YE AMABA LOS DRAGONES

 

Al señor Ye le gustaban tanto los dragones que los tenía pintados o tallados por toda la casa. Cuando se enteró el verdadero dragón de los cielos, voló a la tierra y metió su cabeza por la puerta de la casa del señor Ye y su cola por una de las ventanas. Cuando el señor Ye lo vio, huyó asustado, casi se volvió loco.

         Esto demuestra que el señor Ye, en realidad, no amaba tanto a los dragones. Sólo le gustaba aquello que se le parecía, pero en ningún caso el auténtico dragón.

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EL HOMBRE QUE NO VIO A NADIE

 

Había una vez un hombre en el Reino de Qi que tenía sed de oro. Una mañana se vistió con elegancia y se fue a la plaza. Apenas llegó al puesto del comerciante en oro, se apoderó de una pieza y se escabulló.

         El oficial que lo aprehendió le preguntó:

         - ¿Por qué robo el oro en presencia de tanta gente?

         - Cuando tomé el oro – contestó –, no vi a nadie. No vi más que el oro

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LA SOSPECHA

 

Un hombre perdió su hacha; y sospechó del hijo de su vecino. Observó la manera de caminar del muchacho –exactamente como un ladrón. Observó la expresión del joven –idéntica a la de un ladrón. Observó su forma de hablar –igual a la de un ladrón. En fin, todos sus gestos y acciones lo denunciaban culpable de hurto.

         Pero más tarde, encontró su hacha en un valle. Y después, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, todos los gestos y acciones del muchacho le parecían muy diferentes de los de un ladrón

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DE CÓMO EL VIEJO TONTO REMOVIÓ LAS MONTAÑAS

 

Las montañas Taihang y Wangwu tienen unos setecientos li* de contorno y diez mil ren** de altura.

 Al norte de estos montes vivía un anciano de unos noventa años al que llamaban El Viejo Tonto. Su casa miraba hacia estas montañas y él encontraba bastante incómodo tener que dar un rodeo cada vez que salía o regresaba; así, un día reunió a su familia para discutir el asunto.

 - ¿Y si todos juntos desmontásemos las montañas? – sugirió –. Entonces podríamos abrir un camino hacia el Sur, hasta la orilla del río Hanshui.

Todos estuvieron de acuerdo. Sólo su mujer dudaba.

 - No tienen la fuerza necesaria, ni siquiera para desmontar un cerrejón – objetó –. ¿Cómo podrán remover esas dos montañas? Además, ¿dónde van a vaciar toda la tierra y los peñascos?

 - Los vaciaremos en el mar – fue la respuesta.

Entonces el Viejo Tonto partió con sus hijos y nietos. Tres de ellos llevaron balancines. Removieron piedras y tierra y, en canastos los acarrearon al mar. Una vecina, llamada Jing, era viuda y tenía un hijito de siete u ocho años; este niño fue con ellos para ayudarles. En cada viaje tardaban varios meses.

Un hombre que vivía en la vuelta del río, a quien llamaban El Sabio, se reía de sus esfuerzos y trató de disuadirlos.

- ¡Basta de esta tontería! – exclamaba –. ¡Qué estúpido es todo esto! Tan viejo y débil como esUd. no será capaz de arrancar ni un puñado de hierbas en esas montañas. ¿Cómo va a remover tierras y piedras en tal cantidad?

El Viejo Tonto exhaló un largo suspiro.

 - ¡Qué torpe es Ud.! – le dijo –. No tiene Ud. ni siquiera la intuición del hijito de la viuda. Aunque yo muera, quedarán mis hijos y los hijos de mis hijos; y así sucesivamente, de generación en generación. Y como estas montañas no crecen, ¿por qué no vamos a ser capaces de terminar por removerlas?

Entonces El Sabio no tuvo nada que responder.